El otro problema es el transporte. En una ciudad moderna los medios de transporte funcionan. No hay más que decir. Los turistas de ciudades más desordenadas respecto al transporte (como Lima, por ejemplo) no pueden utilizar los buses y trenes sin preguntarse como es que funciona el sistema. El metro ya de por si es toda una novedad. Aunque muchas estaciones ya parecen no soportar el tráfico de gente (aunque en México DF hay mucha más gente que en Buenos Aires, me parece que las vías peatonales del metro son más libres a menos que uno vaya a la hora pico donde puede terminar en un tren arrastrado por la gente).
El otro problema es comer (como en cualquier lado creo) aunque los porteños se las han arreglado para ofrecer opciones de comida barata. El “tenedor libre”: pagas un precio fijo y comes lo que puedas. Llegamos sin querer a un tenedor libre de unos chinos en el que comimos hasta hartarnos por 10 pesos. El mozo era todo un caso porque hablaba entre chino y español con dejo porteño: parecía una radio AM con problemas de sintonía. Y para colmo gritaba para hacerse entender (¿porqué los cocineros chinos hablan gritando fuera de la cocina también?).
Al día siguiente tuvimos el mismo problema de las provisiones alimenticias así que terminamos en el mismo tenedor libre con el mismo chino y con la misma comida. Esta vez agarramos buena carne (gracias al maestro barrillero, un moreno con pinta de cubano que hablaba como porteño pero “aprendido a golpes por la vida”).
Pero el tercer día preferimos morir de hambre antes que volver al tenedor ese…

A mi me sucedió algo gracioso esos días. Terminé comunicándome con un amigo mío por Messenger a quien no veo con frecuencia y resultó que al día siguiente estaría en Buenos Aires. Así que le dimos el encuentro (que pequeño es el mundo) y partimos para comer algo y tomarnos unas cervezas. Lección uno: en el centro de Buenos Aires no es fácil encontrar un bar. Al final Jesusinho volvió a San Martín para encontrarse con un primo suyo y yo me quedé con mi amigo con quién partimos a Recoleta donde si pudimos una buena barra.
Luego, retorné a San Martín para llegar a una discoteca donde estaba Jesusinho con su primo y todo un grupo de amigos. No recuerdo como se llamaba el sitio este pero era el infierno en la tierra: donde entraban 60 personas había 180 más o menos e ingresar era más fácil que salir. Encontrar al Jesusinho fue más difícil que limpiarse la nariz con guantes de box y una vez que lo ví, llegar hasta la mesa que ocupaba el grupo requería machucarse contra 40 individuos que jamás le iban a dar el pase a uno.
Es así como uno termina manoseado en las discotecas…
Parece que se les ha olvidado la terrible lección de Cromañón, la segunda tragedia no natural del año nuevo del 2004, donde perdieron la vida 194 muchachos asfixiados en una discoteca en llamas repleta de gente.
Al final, llegue casi sin botones a la mesa. Una combinación de rock, reggaeton y cumbia llenaba el ambiente, junto con tres chicas que bailaban a nuestro lado ocupando cada vez más espacio (presionadas por otro grupo en crecimiento al otro lado) hasta que terminamos reducidos a una sola mesa (originalmente eran dos). Los chicos toman unos tragos bastante ligeros y bajos en alcohol y hacen más escándalo que lo que realmente parecen ser capaces de hacer. Esa fue mi percepción. El problema es el ruido. Creo que el próximo problema global del mundo occidental va a ser la sordera: ¡que manera de subirle al volumen! Al salir del sitio este entramos al auto del primo-Jesusinho y este pone contacto y 700Watts de energía musical sin límites llegan a mi cerebro así sin anestesia.
De haberlo sabido me hubiera ido caminando (la casa estaba a 10 cuadras). Prefiero llegar con los pies reventados que con el tímpano hecho mazamorra.
Francamente (comentarios aparte) yo no entiendo ciertas conductas de la gente joven. El tipo le gritaba en el carro a Jesusinho (quien estaba a su lado) para hablarle y cuando Jesusinho le respondía bajaba casi todo el volumen y preguntaba “¿qué?” para escuchar la respuesta, subir inmediatamente después el volumen y continuar con la conversación y el mismo ciclo (grito, respuesta inaudible, “¿qué?” y luego que se quede sordo el que está atrás con las orejas en el parlante).
Demás está decir que al llegar el locón salió del carro como una exhalación…
Lo bueno es que dos días antes habíamos pasado por la agencia del Buquebus y ya teníamos los pasajes listos para partir al día siguiente hacia Uruguay y retomar camino hacía Brasil.