No tuvimos suerte con las películas que pasan en los buses. Desde la película que pasaron en el bus de Arequipa a Puno (Piratas en el Caribe 2, recién estrenada en el cine hacía dos semanas, en una burda copia pirata doblada a un español castizo horrible y 300 watts de audio como para volver sordo al mismo diablo) hasta una de acción light que vimos en este viaje que estuvo entre la mejor de todas. Para esto ya habíamos visto una de ultra violencia (la gente ya estaba harta de tanta violencia gratuita entre La Paz y Oruro) con Van Damm en una cárcel infernal y una fanfarria militarista mesianica norteamericana con el nombre de Fuerza Delta 18, creo...).
Lo malo es que la única película que esta vez sí prometía estaba en portugués... y aquí es donde empezaron nuestros problemas.
Brasil, con sus 8 millones y medio de kilómetros cuadrados, es el quinto país mais grande do mundo, con una población (es también el quinto país más poblado) repartida a los largo de 26 estados y un Distrito Federal. Rio Grande do Sul es el estado más austral del país y su capital, Porto Alegre, resulta el centro industrial del país.
Para terminar con los quintos, el portugués es la quinta lengua materna más hablada en el mundo (en gran parte por la culpa de los millones de brasileros pues se habla tan sólo en 8 países) y la quinta economía más grande del mundo.
En pocas palabras… ir a Brasil es conocer una cultura distinta de todo lo que asociamos con lo latinoamericano.
Empezando con el idioma. Quien diga que el portugués es fácil y que se entiende sin problemas y cosas como esas francamente no tiene ni la más mínima idea de lo que habla. En las ciudades, el portugués coloquial es casi inentendible para quién sólo sabe decir Obrigado (es decir, nosotros).
Llegamos bien temprano a la estación de buses Rodoviaria cerca del mercado y del muelle de la laguna (en donde se pueden ver una hilera de enormes grúas que al parecer están de adorno porque nunca las vimos funcionar). Al salir del Terminal el periódico de ley (donde voy siempre consigo un diario… resulta muy útil) y el cambio de moneda.
Primer problema:
- ¿Cuánto está el cambio?
- Dois com dezoito
- Aaaahhhh… (así en texto se entiende pero…)
- Dois com dezoito… quanto você tem?
- Eeeehhhh...
- Dê-me seu dinheiro e eu dou seu nosso dinheiro, aprovação?
- Mmmmmm... (puso una cara que le tuve que entregar lo que tenía y recibí lo que creo que tenía que recibir).
Segundo problema:
- ¿Cuánto esta una habitación?
- Nós temos o cuarto dobro cinqüenta três, incluímos o cafezinho de amanha.
- Gracias... (media vuelta...).
Ante tamaño problema decidimos caminar directo hasta la Livraría do Globo y comprar la Guía de Ayuda en Portugués para Turistas Desesperados (“Como falar nos portugues e nao començar louco” o algo por así por el estilo). Lo malo fue que sólo encontramos guía para brasileros que quieren hablar español así que lo usábamos al revés.
Ya con el poderoso diccionario en la mano conseguimos hotel (después de caminar 25 cuadras en redondo) y pudimos comer en un tenedor libre (sí, también hay tenedores libres en Porto Alegre como los de Buenos Aires). Brasil es un país caro –por lo menos si uno viene desde Perú- por lo que hay que vigilar los gastos. Al final pedimos como pudimos y comimos viendo como hacían todos los demás para pedir, valiéndonos de señas para comunicarnos con mozos, cajero… un desastre. Pero comimos… y al Jesusinho le gustó mucho la feijoada, comida típica del Brasil que es casi una actividad social mas que una mera comida (como muchas cosas en la cultura Brasilera).
Saliendo rumbo a conseguir información y a conocer la zona. Pasamos por el mercado (donde cada 10 metros los piratas te lanzaban a viva voz el grito directo a la oreja “¡¡¡CE-DE-DE-VE-DE!!!”) para llegar hasta la Oficina de Turismo donde abordamos un bus para el city-tour de ley.
El City-Tour es bastante pintoresco. Primero que abordamos con una camionada de escolares. Segundo que éramos los únicos que falabamos español. Y tercero que nos subimos al segundo nivel del bus abierto para disfrutar del paisaje. Mentira. Hace un friiiooo allí arriba. Además es un tour de adrenalina pues las calles parecen haber sido hechas para que el bus entre como pie en el zapato y el alambrado de la ciudad pasa por las cabezas a escasos centímetros (hay momentos en los que el guía anuncia a media explicación “baixo sua cabeca” y esta bastante claro que de no hacer el movimiento correcto se le puede empotrar la luz verde del semáforo en el ojo derecho).
Si va, métase al bus. Es más abrigado y más seguro. El riesgo de morir decapitado se reduce considerablemente (con los escolares y sus tijeras nunca se sabe en el fondo…).
Y luego el día se nos pasó caminando (y así fue como llegamos a una bodeguita donde vendía una sopa de Cappelletti buenaza! Y en donde Jesusinho tuvo que hacer malabarismos lingüísticos para pedir una empanada (pobre, extrañaba Bolivia).

La noche terminó con la tanda electoral. Llegamos a Porto Alegre algunos meses antes de las elecciones presidenciales y en determinada hora todas las cadenas de televisión locales transmitían propaganda política (saturada principalmente por Geraldo Alckmin que resultó vencido por Lula da Silva para segundo mandato) hasta el aburrimiento. Jesusinho se quedó dormido. Salí a caminar a la estación de buses a comprar algo para llevar al hotel para comer y así, viendo fútbol y con la calle detenida (cuando hay fútbol en la televisión el brasilero no vive para otra cosa que no sea ver la televisión) se pasó la noche.
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