miércoles, septiembre 13, 2006

BOLIVIA - LA PAZ (2)

En la plaza Murillo conocimos a un fotógrafo argentino que nos agarró mucho aprecio (“es que los peruanos son buena gente, víste. Cuando estuve en Lima unos amigos peruanos me llevaron a todos lados: a pasear, a comer, a la playa, a las discotecas, a conocer a sus mujeres… y lo mejor es que me pagaron todo”… ¿alguien tiene amigos así?). La plaza, llena de palomas y gente es ideal para fotos al paso. Desde allí, a dos cuadras por la calle Yanacocha, se llega a la Iglesia de Santo Domingo (donde se puede encontrar entre tanto santo al Señor de los Milagros con su nombre en luces de neón). Una salteña más tarde, vamos en busca del Museo del Chaco.
Aquí es donde nos topamos con la naturaleza de los bolivianos: tal vez sea que uno habla muy rápido pero a Jesusiño también le sucedía lo mismo a cada momento. Cuando uno le habla a un paceño hay que hablar lento y claro porque sino no lo entienden a uno (y lo más importante, hay que hablarles con las palabras que usan para denominar las cosas; de lo contrario a uno lo miran como si hablara un idioma extraño y se quedan congelados, como el taxista en la noche anterior que no entendía cuando le pedimos “si podíamos regresar al anterior hotel” en una calle en un solo sentido y si entendió cuando le pedí “si podía retroceder una cuadra hasta el hotel de atrás”. Algo curioso le sucedió a Jesusiño en Potosí al respecto: sentados en un mercado y con el Toddy al frente de nuestro ojos le preguntó a la vendedora:

- ¿Tiene leche con Toddy?
- (mirada de extraviada)……..
- ¿Si tiene leche con Toddy?
- (el rostro se le aclaró por un momento)……. hay.
- ¿Hay leche con Toddy?
- Ah..si. Un boliviano…

Para preguntar por algo hay que decir “si hay” y no “si tiene” porque sino a uno no lo entienden (Toddy es una marca de cocoa tan difundida que decir “leche con Toddy” es lo mismo que decir “leche con chocolate”. Por supuesto que si uno llega y pide “leche con chocolate” nadie lo entiende a uno).

Así que luego de percatarnos de lo parsimoniosos que son los paceños fuimos preguntando donde quedaba el museo del Chaco y donde vendían salteñas. Al final nos enviaron a todos lados menos al museo del Chaco (que nunca conocimos porque aunque la gente es muy amable y solícita anda media extraviada) y al final llegamos a “La Salteñita” para beneplácito de Jesusiño. Con mapa en la mano volvimos a la 16 de Julio a fastidiar a la gente con la cámara de video (todos se corrían del lente, en especial las escolares que huían despavoridas) hasta llegar al Convento de San Francisco y de allí al mercado de los Brujos donde se puede encontrar desde chompas, chullos, cerámicas y demás artículos regionales, hasta fetos de llama disecados, hierbas curativas o no tan curativas (si te sacaron la vuelta amiguita… fácil nomás. Bautizas a un perro y a un gato con el nombre de tu gil y su nueva pareja y los pones ambos en un brasero para que se trencen “como perros y gatos” y vas a ver como regresa a tu lado. Y si no quieres que vuelva y no quieres más que acabar con la nostalgia te cuelgas una ñusta o nariz de zorro de cuello y vas a ver que te olvidas de ese infeliz.) y alguno que otro polvillo de nombre sugerente (amor ardiente, vigorex, pasión de la selva y cosas como esas).

Ya cerca de las 3 pm enrumbamos al Comedor Municipal, recomendado por el tipo de la agencia que nos vendió los pasajes. Es un mercado de comida cerca al terminal de bus donde tuvimos sopa, segundo y refresco a 3 bolivianos cada uno (¡menos de un dólar por los dos!). Apurados volvimos al terminal pensando que perderíamos el bus pero en La Paz la gente tampoco es puntual así que no tuvimos problemas para trapar y continuar hacia Oruro.

En el bus hacia Oruro conocimos a tres brasileras con quienes hicimos amistad por un escándalo que hicieron en el Bus. Salió del terminal hasta El Alto y allí se detuvo casi una hora a esperar a que suban pasajeros. Las “caipiriñas” (como las apodamos) se pusieron a renegar y una de ellas en especial se encolerizó con el policía de turismo que subió al bus para ver que todo estuviera bien. “¿Bien? Como vamos a estar bien si hace una hora estamos parados aquí y hay gente que suite y está pagando la mitad de lo que hemos pagado en la agencia y nos dicen que es directo y se queda parado una hora y guau guau guau…”. Era incontenible. Al mismo tiempo, como reloj, un señor gritaba “vaaaaaamonooossss” de una manera particular que era como para partirse de la risa. Así que entre el español-portugues, la gente que pateaba el carro y el “vaaaaammmoonoossss” del tío francamente la cosa se puso folklórica. Y detrás nuestro un boliviano le hablaba a un francés que no entendía el castellano del ciudadano en cuestión y era un vacilón porque el tipo le decía “y entonces aquí en La Paz vivimos como conejos, figúrese, ¿no creé?... ¿no cierto?...” y esperaba a que el pobre francés le contestara y el tipo no sabía lo que le estabn diciendo.

En un momento ya sólo quedaba hacer bulla junto con el “vaaamoonooossss” así que nos unimos al coro y el carro por fin avanzo. Así fue como conocimos a las caipiriñas (para nuestra mala suerte, creo).

Cuatro horas más tarde estábamos en Oruro donde haríamos un trasbordo a las 8 pm para llegar a Uyuni muy temprano. Y de vuelta el carro no llegaba. Otra vez las caipiriñas levantaron la voz de protesta y terminamos (junto con el tío “vamonoosss”, la pareja de franceses y uno que otro pasajero) haciendo una denuncia a la empresa con el agente de protección al turista por maltrato. Firmamos y vaya a saber si los multaron. Mientras tanto la encargada de la agencia nos pedía que esperáramos, lo que ya era inaceptable después de estar tres horas parados entre maletas, mochilas y vendedores de pan (salimos del terminal hacia la plataforma porque la policía advirtió que se roban las maletas en el interior y porque “el bus ya va a salir”).

Al final, a las 11 pm de la noche llegó el bus y fue la locura: todo el mundo corrió hacia el bus en medio de la oscuridad y logramos ingresar las mochilas en la bodega del carro, junto con las mochilas de las caipiriñas que se habían quedado afuera entre tanto bulto. Subimos al bus y nos preparamos para lo que sería el camino más horrible y largo de la travesía.

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