martes, septiembre 26, 2006

BOLIVIA - POTOSI

En lo personal, Potosí me pareció una ciudad muy interesante. Tal vez sea porque un recordatorio de lo breve que son algunas cosas en la vida. Visitando los museos se puede observar como Potosí pasó de ser la ciudad colonial de mayor crecimiento en el mundo, más rica y más moderna, a ser una ciudad aletargada, pobre y congelada en el tiempo en pleno siglo XXI. En la Casa de la Moneda (¡visita obligada!) uno se entera que Potosí fabricaba las monedas para España y todas las colonias y ahora Bolivia no fabrica ni la moneda de menor valor en su territorio (se las compran a Inglaterra, Alemania, etc.).

Nos levantamos y armamos las pesadas mochilas para abandonar el hotel, que francamente era horrible (Jesusinho bajó a pedir toallas y no le dieron porque “es antihigiénico”). Así, con 10 kilos a la espalda, caminamos por la ciudad hasta llegar al mercado (previa salteña tucumana de carretilla) para tomar desayuno. Luego, seguimos camino por las empinadas calles de Potosí, preguntando por la Plaza Principal y todos bien solícitos anunciando “vas por acá y subes por esta calle y de allí al final doblas a la derecha”. Le preguntamos a una señora si estaba lejos y nos respondió “un par de muchachos jóvenes… caminando llegan”. Así que tomamos dirección a la plaza.

Craso error…

La plaza estaba lejísimos. Después de subir una enorme cuesta a 45 grados (o eso me pareció) llegamos a un monumento de Bolívar y a la sombra de un hospital nos sentamos a respirar (por cuarta vez a lo largo del camino). Luego quince minutos más preguntando y caminando hasta que llegamos a Banoa, una agencia de viajes donde contratamos un tour a las minas.

Teníamos una hora para conocer así que nos dirigimos a la (
Casa de la Moneda), donde se puede disfrutar por 20 bolivianos de un tour guiado de más de una hora muy bien preparado. El guía que nos tocó no sólo era muy bien preparado sino muy divertido. Conocimos como se extrae la plata, su proceso y la conversión en moneda, así como la historia de Potosí y su relación con la plata y la colonia. Potosí fue sinónimo de riqueza (Cervantes le hace decir a Sancho Panza en el Segundo Libro de Don Quijote en el capítulo LXXI “las minas de Potosí fueran poco para pagarte” haciendo referencia a un monto incalculable. Encontré anotaciones de que Cervantes había escrito “Vale un Potosí” pero francamente no he encontrado eso en ninguna parte aunque la frase sí era popular en Europa) y al final la maldición de Potosí fue tener un enorme cerro de plata. Descubierta en 1545 por el indio Diego Huallpa luego de subir a la montaña, prender una fogata y ver los hilos plateados que brotaban de la tierra (aunque probalemente esta historia no sea cierta), Potosí se convirtió automáticamente en un enorme centro minero de la plata. Allí nomás se aprovecho la mita (un sistema de trabajo comunitario y obligatorio dentro de una comunidad institucionalizada por los incas) para obligar a los indios a trabajar y todos a enterrarse en vida en las minas, sometidos a una labor francamente sobrehumana.

Ochenta y dos años antes de todo esto, el inca Huayna Capac había estado por allí y mando a explorar la montaña (que al verla a lo lejos la llamó Sumaj Orcko o Cerro Hermoso) y cuando empezaron a cavar se escucho un estruendo que decía “Potojsi” (reventar o explosión). De allí el nombre de la ciudad.

La visita a la Casa de la Moneda fue muy informativa e interesante. La hora se nos pasó volando y retornamos a Banoa donde conoceríamos al “Chasqui”, un ex minero que sería nuestro guía dentro de las minas cooperativas en el cerro de Potosí (es decir mineros que trabajan organizada o de manera independiente en la extracción de la plata de forma tradicional). Una vez vestidos de mineros pasamos por el mercado local a comprar regalos para los mineros (hojas de coca, lima, alcohol, cigarros y DINAMITA). Potosí debe de ser el único sitio en el mundo en donde la dinamita se vende libremente.

Ingresar a la mina y adentrarse en los túneles a más de 4000 msnm es una experiencia de riesgo. Es un turismo realmente vivencial porque aquí no hay arneses de seguridad y cosas por el estilo. Aquí te dicen “atento a donde pisas, ilumínate bien con la lámpara y avanza con cuidado” así que allí va uno, entre agujeros enormes, túneles oscuros y una que otra explosión que se oye a lo lejos. ¡Adrenalinaaaaaa! El cerro es como un enorme queso agujereado por niveles y hay que conocer la mina muy bien para no perderse. Fuimos a visitar al tío (un ser mitológico, patrón de los mineros, con patas de chivo, cara de diablo y un órgano sexual de proporciones bíblicas), tallado al final de una veta donde los mineros van a reunirse para pedir un mejor futuro y suerte en la explotación. Fuman con él y comparten el alcohol de 96 grados que uno les lleva. El locón quiso brindar con el tío y eso le costo un pequeño incendio en el interior de su ser.

Recorrimos los túneles (casi fuimos arrollados por una carretilla que transportaba minerales), trabajamos un rato con los mineros, nos metimos a algunas en donde Jesusinho no dio un susto cuando casi no logra subir por una abertura de roca estrecha y al final, salimos a la luz que incide fuerte sobre los ojos.

De allí a preparar LA BOMBA. Apunta la receta: explosivo plástico, nitrato de amonio, bolsa plástica, fulminante de mercurio, mecha lenta de cuatro minutos, la foto de rigor con la dinamita prendida y ¡BOOOOOOOOOOOOM!

Uno se siente un terrorista andino…

(Si quieren ir a la mina de Potosí busquen Banoa a una cuadra de la plaza principal y pregunten por “El Chasqui”).

Nos quedo algunas horas para almorzar: jolque (sopa de riñón), lomo saltado de llama con huevo doble yema y charquican. Listos para tomar el taxi para llegar al terminal de bus (otra vez con la hora a las justas) e ir camino a La Paz, de vuelta, después de intensos días de ir y venir por tierras bolivianas.

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