martes, septiembre 26, 2006

BOLIVIA - UYUNI

Hace muchisisisisimos años antes de nuestra llegada, existía una enorme extensión de agua salada que iba desde Puno hasta estas latitudes, cubriendo todo el altiplano. Los restos aún se pueden observan (lago Titicaca, Poopó y los salares de Coipasa y de Uyuni); lo que no observábamos era ni camioneta, ni guía ni nada. Siendo las 11 de la mañana la cosa se ponía tensa.

Pero antes de llegar a este tenso momento, el primer problema era el frío. En Uyuni la sombra es cruel y el sol no caliente mucho así que decidimos salir a buscar algo caliente para levantar el alma. Encontramos a pocos metros de allí una comedor improvisado con tablas y un quemador donde se podía desayunar un café (o mate) y unos buñuelos (una masa frita en aceite) que nos vino muy bien. El amigo francés se animó junto con su novia a desayunar con nosotros (luego de pensarlo más de cinco veces) y disfruto del calor de los uyunienses. Cuando pregunto en su pobre español: “¿cuanto cuesta?” le respondimos “1 boliviano los dos”. ¡Casi se le descompone el cuerpo al hombre! Se emocionó y nos pagó el desayuno. Buena gente el franchute…

El segundo problema era mantener el calor. Eso lo resolvimos en el mercado donde conseguimos unos pantalones de lana bien feos pero útiles. Fuimos a un restaurante a comer un pan con huevo frito (el huevo frito en la sierra siempre es buenazo…) y nos raptamos el baño para ponernos los dichosos pantalones. ¡Lo máximo!

Aquel día era el día de la bandera así que todos los colegios de Uyuni decidieron salir a marchar. Vimos algunas bandas por la plaza principal y retornamos al tour donde, siendo las 11 de la mañana, lo único que encontramos fue a las caipiriñas encima de la señora del tour a punto de molerla a palos.

El problema de la zona es el abastecimiento de la gasolina. No siempre hay gasolina en los tanques por lo que tiene que ser racionada y se forman enormes colas en la estación (la única en toda la zona). Además, creo que había un problema con el almuerzo… yo que sé. El hecho es que francamente desde que conocimos a las caipirinhas todo nos estaba yendo muy mal.

A las 12.30 por fin se apareció la camioneta. Las brasileras (Yasmim, Thaís y Camila) subieron como un rayo lanzando alaridos por todos lados y luego subimos con Jesusinho a la parte trasera. Seguían las caipirinhas lanzando las quejas y el chofer empezó a responder y aquello casi se transforma en una batalla campal si es que el locón (o sea, el que escribe) no pusiera punto final al asunto una aclaración que le cayo bien a ambos bandos. Y así, “todos como amigos”, nos fuimos al salar.

Primero a Cachani que es un pequeño pueblo donde procesan la sal de manera artesanal y vende mucho souvenirs hecho enteramente de sal. Se pueden comprar dados de sal que puedes remojar en agua en caso requieran agua salada para enjuague bucal (aunque no contiene yodo).

Si vas a Bolivia, amigo, amiga que estas leyendo, tienes que conocer el salar. Es un espectáculo de otro mundo. Es un enorme paisaje lunar, solitario, inmenso… casi filosófico. De pie en medio de la nada uno se da cuenta de lo insignificante que resulta frente a la naturaleza, a este enorme planeta y que las preocupaciones y problemas de la vida diaria no importan en este mundo eterno, inconmensurable, apoteósico, pletórico, magnánimo… o sea un mundazo (o un mundón… ya depende de tu verbo brother).

Es un desierto interminable de una superficie blanca sin fin. La camioneta se detiene en una “isla” (Isla del Pescado) llena de cactus enormes de hasta 1000 años. En lo alto se tiene una vista espectacular de la enormidad del salar. Allí, nos detuvimos a comer carne asada al aire libre. Luego, al retorno nos detuvimos en el Hotel de Sal, hecho enteramente de sal: muebles, camas, sillones… todo, todo, todo (aunque lo encontré los baños y tampoco me los quisieron mostrar). Si entras te hospedas o sino tienes que comprar un chocolate en la tienda, así que los viajeros ya están avisados.

Ya al final de la tarde, nos detuvimos en el cementerio de trenes, donde el tiempo parece haberse detenido. Enormes vagones y piezas metálicas abandonadas, vencidas por el óxido en su inexorable camino a convertirse el polvo. Es un final que llama a la reflexión.

La reflexión se acabó cuando llegamos a la ciudad de Uyuni nuevamente. Con dos horas para alistar las cosas y tomar el bus para Potosí (que, para variar, conseguimos a las justas) nos alcanzó el tiempo para cambiarnos y coordinar con las “caipirinhas” para poder encontrarnos en Potosí pues aunque viajaríamos en buses de empresas diferentes llegaríamos a Potosí a la misma hora.

Una vez trepados en el “bus” (era un camión convertido después de todo), tuvimos que sufrir más de 6 horas de un camino en pésimo estado (la verdad es que “pésimo” es una palabra que está en el limite de lo que se quiere expresar) para llegar a la solitaria ciudad de Potosí a poco más de la media noche. Para nuestra sorpresa no hacía tanto frío como esperábamos.

Pero no hay ni un alma en la calle a esa hora. Caminamos hasta llegar a la estación de bus para encontrarnos con las “caipirinhas” y nunca llegaron (que aconteneu?). Así que a buscar un hotel (eso si que estuvo difícil) y ha dormir hasta más tarde.

Demás está decir que al encontrarnos nuevamente solos nuestra suerte cambió (sorry caipirinhas…)

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